Tardes de chocolatada con ella

Todas las tardes de ese año prendía la tele a la misma hora y en el mismo canal. La chocolatada caliente que había aprendido a hacerme solo prendiendo el fuego de la ornalla y sacando la leche antes que se volcara, me hacía sentir grande. Como si fuese una receta de cocina gourmet ponía en mi taza favorita tres cucharadas de Nesquik con sus correspondientes de azúcar. Porque sí, me sigue gustando la chocolata bien dulce. Y allí, con todo listo, me disponía a pasar ese rato para mi en su compañía.
Esa especie de ritual nunca variaba, aunque sí con qué acompañaba mi pequeño placer. Eran especiales las tardes en que mamá hacía algún bizcochuelo. El olor de la torta recién sacada del horno formaba parte de esa infancia, de los tantos recuerdos. Al igual que esas galletitas que cuando aún hoy como, me traen el gusto de ese nene que fui.
La vieja entendió de inmediato mi rutina impuesta desde esa inocencia que me caracterizaba. Era llegar del cole, almorzar, y mientras ella lavaba los platos, yo sacaba cuadernos y libros de mi mochila para hacer la tarea lo más rápido posible. No habían siestas, aunque muchas veces se volvían necesarias, porque el objetivo era claro, terminar cuanto antes.
Tener todo hecho a tiempo para el día siguiente me provocaba cierta satisfacción. Con las cosas listas podía sentarme a disfrutar de esa hora para mi, entre los dos.
Me acomodaba en el sillón, cuando hacía frío tapado con alguna frazadita, con la taza agarrada entre mis dos manos. A esa edad poco sabía de amor pero cierta sensación me recorría cada vez que ella aparecía alguna escena. Porque allí estaba, otra vez, y no tenía que hacer fuerza para imaginarla.
La soñaba y más de varias veces me encontré pensando en cómo sería verla. Me inventaba charlas, le confesaba sentimientos y hasta jugaba a posibles situaciones. Creía conocerla sin siquiera respirarla.
Era mi chica de la novela. Con la que estallaba de bronca cuando su galán la engañaba. Con la que caía en cada mirada. De la que me guardaba esos ojos para no extrañarla durante el resto del día.
Ese año pasó, como los otros. Al siguiente habré armado alguna otra rutina para cada tarde, ya cada vez con menos tele, porque las obligaciones se iban sumando.
A ella, la vida le deparó una carrera artística. De la mía, varios de ustedes saben. Nuestros destinos nos cruzaron un par de veces en la vida real, ya fuera de nuestra ficción. Y no me sentí su galán.
En esos encuentros nunca me animé a decirle nada, y ahí apenitas, mientras la miraba irse, me volvía a ver como ese nene que tomaba la chocolatada en el sillón de casa. Y me quedaba imaginándola...

8 comentarios:

  1. Puedo sentir el exquisito aroma de la chocolatada, y palpar con ternenura ese sentimiento tan tuyo, que hoy compartís, comprometiendo todos mis sentidos.

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  2. Anoche tuve sueños raros, pero ya no pesadillas. ¡Gracias!

    Lo mío era mate cocido con leche, no era tan aplicada, pero creo que todos tuvimos ese amor que no nos faltaba nunca, misma hora, mismo canal.

    Espero seguir leyendo más, hermanito.

    Abrazote, Pati.-

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  3. Excelente como siempre Pablito !!! Invito a todos a leerte !!!!
    Analia

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  4. dios como odiaba el colegio!!
    excelente historia

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  5. Es un recuerdo muy adorable como el que sentimos todos cuando se nos desperto la curiosidad del amor.Besos.
    Gabriela

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  6. Hermoso, como siempre!
    Anna

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  7. "Me encanta Pablinn, escribis muy bonito.. muy sensible, como me gusta a mi!"
    Cin

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  8. Que bueno, hacía rato que no pasaba por acá. Sin embargo, hoy decidí hacer una pausa y tomarme el tiempo necesario para leer sus palabras bro. Excelente, como de costumbre, pulgar arriba =). Lo quiero Bro! Cuidese! Abrazo grandoote.

    Lucas.

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