Manos y vuelvos

Él le pide su mano, la invita a volar. 
Quizá, porque siempre le gustó la parte del cuento en que Peter Pan visita a Wendy y la lleva, junto a sus hermanitos, por la noche estrellada de Londres. 
Tal vez, porque esa canción del cantautor español que tanto habla de ellos, les decía de atar bandadas de gorriones a sus muñecas.

Galletitas de chocolate y caramelos de limón

Volaba sin alas. Sus pensamientos lo llevaban a lugares a los que la naturaleza no le había dado la posibilidad. Para viajar, como él decía, le bastaba atarse una bandada de gorriones a las muñecas, y cerrar los ojos. Sí, me contó una vez que a veces solía ponerse unas antiparras redonditas, a lo aviador de esos primeros aviones, porque el viento le molestaba.
Tenía también compañeros de viaje ideales, aunque generalmente por sus ocupaciones y rutinas lo dejaban solo. Me dijo en una oportunidad que eso ya no le molestaba, y cargaba su mochila igual con tantas provisiones como si fuese con alguien, o varios. Las galletitas de chocolate y los caramelos de limón nunca le faltaban.
Un pasaporte turquesa enorme que, celosamente, guardaba en una cajita debajo de su cama, era su llave maestra para abrir cualquier cofre. En este documento había hojas y hojas llenas de sellitos de las más distantes tierras. Doy fe porque me lo mostró, y me sorprendí igual. Lugares que, incluso, no habían sido descubiertos por conquistadores. Y la fiesta que para aquellos nativos significaba su llegada, a él lo consideraba amenaza.
Ni los idiomas ni las culturas eran impedimentos. Conocía las más extrañas lenguas, y todos los abecedarios, que, de vez en cuando, practicaba para no perder la costumbre. Cosa que yo, siendo tan malo para los idiomas, no lo podía ayudar, aunque se empeñaba en enseñarme las palabras que más nos gustaban.
Y como era prolijo y le gustaba llevar siempre al día su diario de viaje, anotaba todo en una pequeña e infinita libretita de cuero negro que, también, guardaba en la misma cajita donde tenía el pasaporte. Lugar que decía que estaba bien custodiado por unos seres peludos con patas grandes. Yo nunca los vi. Él me contaba que ellos eran tímidos.
Así, viajando, pasaba sus noches, y tardes, aunque también algunas mañanas. A mi me contaba todo porque solía visitarlo un par de veces por semana en su cuarto. 
Y cada vez que yo volvía a casa, me quedaba pensando en esto. Quizás algún día me anime y le pregunte si me invita a viajar. Me gustaría volar sin alas, como él. Tengo también mis muñecas listas, y sé cerrar los ojos bien fuerte. Capaz lo convenzo diciéndole que tengo galletitas de chocolate y caramelos de limón.

Desilusión

Tengo atragantada la palabra "desilusión". 
Toso fuerte, tomo te caliente, trago mucho y rápido, como caramelos para la garganta, y nada la arranca. Duele, como algo clavado, en la campanilla, o cerca de las cuerdas vocales. Si, por ahí... 
Tengo atragantada la palabra "desilusión".

Puntos suspensivos

Sos una estrofa en una canción que no se terminó de escribir.
El trazo que falta pintar en un cuadro abstracto lleno de colores.
El verso fundamental de una poesía inconclusa.
Una obra de teatro, o esa película, con final abierto.
Tu presencia – ausencia me provoca eso, puntos suspensivos.
Incertidumbre.